lunes, 31 de marzo de 2014

El cèrcol

     

      Los niños en Monóvar iban por la calle corriendo con el cèrcol. O bien iban de un lado para otro, o bien hacían carreras con él. El cèrcol era un  aro metálico de unos 25 centímetros de diámetro, más o menos, que a modo de rueda iba corriendo delante del niño, quien lo guiaba con una vara, también metálica, de unos 60 centímetros de larga, terminada en forma de horquilla. Tanto la vara como el aro solían estar hechos con una varilla de hierro de un centímetro de grosor. Con la vara podías coger el aro y lo levantabas del suelo, o apoyándolo en el suelo iniciabas su movimiento con la ayuda de la vara, guiándolo. El aro si se paraba se caía al suelo, como una bicicleta, que en realidad son dos aros. Y cuanto más deprisa corría, más estable era su movimiento. Y al correrlo, hacía un ruido característico que delataba la presencia de un niño corriendo. Los niños se desplazaban de un lugar a otro corriendo con su aro, como si fuesen subidos en un lujoso medio de transporte individual; y el que tenía un aro de aquéllos era importante y respetado. 

      Las niñas no lo corrían, y yo nunca tuve ninguno, así es que me limitaba a mirar. Pero cuando algún amigo me dejaba correr el suyo, disfrutaba muchísimo y comprobaba lo difícil que era hacer rodar aquel artilugio de la forma correcta y por el sitio adecuado.

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