lunes, 10 de marzo de 2014

La nevera

En mi niñez no había frigoríficos en las casas, solo los habría en las carnicerías. En las casas había fresqueras, que eran como jaulas de tela metálicas donde se ponían los alimentos que se iban a consumir en seguida al abrigo de las moscas y avispas. Y en algunas casas había una nevera. Una nevera era como un frigorífico pequeño, que tenía un departamento donde se colocaba un trozo de hielo, en lugar del congelador, y el resto se ocupaba con los alimentos que se guardaban fresquitos. Todos los días había que comprar hielo; en Alicante la fábrica estaba cerca de la calle Aspe, en la calle Montero Ríos, enfrente del colegio Manjón Cervantes, y muchos días me tocaba a mí esa tarea. El hielo se colocaba en su sitio e iba derritiéndose poco a poco; el agua del deshielo se recogía en un cajón que había debajo y que había de ser vaciado también todos los días. Algunas neveras tenían incluso un circuito para enfriar agua potable, con un grifito por donde salía el agua muy fría; eso era ya un lujo.
Pero lo más interesante de todo esto era el misterio que envolvía la fabricación del hielo, en una fábrica grande, con grúas que transportaban las barras de hielo que salían de una balsas, y la guillotina con la que troceaban las barras, todo un montaje de ingeniería.

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