martes, 26 de septiembre de 2023

Las siestas

 Para mí las siestas del verano eran momentos de encuentro conmigo mismo. Todos los adultos desaparecían y todo quedaba a mi alcance para gozo de mi curiosidad. revisaba cajones, veía los trastos que guardaban mis abuelos, cosas muy curiosas, como cartas de la baraja, plumas estilográficas, navajas, brochas y maquinillas de afeitar, herramientas y un largo conjunto de cosas acumuladas por mis abuelos durante los años de sus vidas. 

En Denia recuerdo que me acostaba en una hamaca de lona dentro de la casa, en el comedor; cerraban las ventanas y decían algo del "llebeig", que yo no llegaba a comprender. Lo que recuerdo es que en el silencio y la penumbra de la siesta empezaban a silbar las rendijas de las ventanas, creándose un ambiente de auténtico terror, que, a fuerza de pasarlo, se me hizo familiar.

El llebeig es un viento local de Denia, fuerte, del sur, que baja del Mongó muy seco y cálido, y produce un efecto "Fohen" muy destacado. Es un viento muy desagradable que se da con frecuencia en verano después del mediodía hasta casi la puesta de sol. La gente, entonces, se refugiaba dentro de casa con puertas y ventanas cerradas.

Las duchas de verano

 Mis abuelitos de Denia vivían en una planta baja en la calle Barbacana. En ella había un patio con un pozo, un jardincito y al fondo un cuartito de herramientas, un corralito para criar gallinas y un postigo que daba a unos bancales y a la vía del tren de Denia a Carcagente. No había agua corriente ni alcantarillado. Pero entre mi abuelito Quico y mi padre idearon la forma de pasar por la ducha todas las tardes toda la familia. Pusieron en el tejado del cuartito una tinaja que desaguaba por la "alcachofa" de una regadera, con un mecanismo de corte para contener el agua en la tinaja. Cerraron un recinto pequeño para guardar la intimidad mientras te duchabas y todas las mañanas se subía mi padre o mi abuelo a llenar la tinaja con agua del pozo. El sol se encargaba de calentarla, y a las cinco en punto de la tarde empezaba el rito de las duchas; por allí se pasaba toda la familia para enjuagarse de los sudores del día, o de la sal de la playa, si esa mañana la habíamos visitado. Todo un placer de agua calentita corriendo por la piel del cuerpo desnudo. El agua de las duchas salía por el suelo al jardín donde servía para regar las plantas que allí había. 

Una mañana, al ir a llenar las tinajas, las avispas picaron a mi padre en los labios. ¡Qué mal lo pasó él y nosotros viéndolo1 Nunca he visto a mi padre tan feo, con la cara deformada, sin poder aplicarse ningún calmante en sitio tan sensible.