martes, 4 de marzo de 2014

La fregaza

Para fregar los platos había dos lebrillos: uno con agua jabonosa y el otro con agua limpia. Se introducían los platos y los cubiertos en el agua jabonosa, se pasaban después por el agua limpia, y al final se dejaban escurrir y se secaban con un paño de algodón. Para quitar la suciedad se usaba un estropajo de esparto, como los que llevan ahora los escayolistas para fijar los paneles de escayola al techo, y lo que se pegaba a la sartén salía con tierra de la rambla, la terreta d'escurar. Los cubiertos eran de alpaca, por lo que si no los secabas bien, se manchaban de óxido, cardenillo, que nos decían que era un veneno como el de la manzana de Blanca Nieves, por lo que tenían que usar terreta para quitar esas manchas de humedad, e inmediatamente secarlos. Secar los cubiertos me tocaba a mí, al nene, y esa era mi contribución a las tareas de la casa; eso y quitar la mesa.
Y esto fue así hasta que un día aparecieron en Monóvar unas muchachas monísimas que iban por las casas repartiendo gratis un producto nuevo para fregar los platos, unas bolsitas de plástico, como pequeños rombos hinchados, de dos pulgadas de largo por una de ancho, llenas de un gel verde oscuro transparente, Mistol se llamaba, y así se inició una nueva era de fregar los platos. Fue el primer detergente introducido en las nuevas costumbres que iban a cambiar la vida de los españoles.

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