miércoles, 19 de marzo de 2014

Los fogones de carbón

      Por la mañana, muy temprano, en Alicante, me despertaba el chasquido del carbón al encenderse, y el sonido rítmico del soplillo al moverlo mi abuela para aportar aire al fuego y así que se encendiera antes. Era el fogón de carbón, única fuente de energía para cocinar y calentar agua. Y había que encenderlo con tiempo, pues muy a menudo el carbón estaba húmedo y costaba encenderlo. Para iniciar la combustión se usaban teas, o bien hojitas secas de pino que iba a recoger del suelo al monte Benacantil. El carbón también iba a comprarlo a la carbonería, que era un local negro por los cuatro costados, que estaba en la calle Sevilla. "Lleva cuidado con el tranvía", me decían siempre cuando me mandaban comprar carbón, porque por la calle Sevilla bajaba el tranvía de Carolinas, que era el 2. A continuación, mi abuela ponía la olla de hierro negro con agua, para que se fuese calentando. El agua caliente siempre viene bien, para lavarse las manos y la cara en invierno, o para poner garbanzos o habichuelas para la comida del mediodía. Ella se dejaba la olla al fuego y se iba a hacer sus cosas.
      Y así cociendo toda la mañana llegaban las legumbre al plato mantecosas y ricas.

      Pero a mí lo que más me gustaba era la traca del chisporroteo que se producía cuando añadían más carbón al "fogaril"

No hay comentarios:

Publicar un comentario