martes, 25 de marzo de 2014

El brasero

      La única calefacción que había en mi casa era el brasero de carbón. El brasero era un recipiente metálico plano con dos asas que se encastraba en los bajos de la mesa camilla. Para encenderlo, primero se limpiaba de ceniza que quedaba del día anterior, después se llenaba con cisco, que era carbonilla, trocitos de carbón del tamaño de la gravilla, y para iniciar el fuego, papeles, maderitas y cortezas secas de naranjas, dale que te das al soplillo, y cuando parecía que el fuego ya estaba prendido, se le colocaba un especie de chimenea metálica. Si se encendía a media mañana, a mediodía ya se podía entrar a la mesa. Había braseros de latón muy lujosos que se ponían en el centro de una estancia grande, pero el de mi casa era muy humilde, como el del dibujo.

      A media tarde el ambiente se iba cargando de gases de la combustión de la carbonilla. Y cuando mi hermana decía:"¡Mamá, el nene se está poniendo verde!", ya era tarde, ya me dolía la cabeza y estaba a punto de vomitar. El nene, que era yo, se había "atufado". Corriendo me sacaban de la habitación, me ventilaban y aquí no ha pasado nada. 

      Mi abuela se despistaba a veces y metía la zapatilla dentro del brasero, y claro, olía a goma quemada: "¡Abuelita, saca el pié del brasero! ¡que te vas a quemar!"

      Más adelante, ya siendo algo mayor, el brasero ha sido testigo de mis más secretos experimentos: cocer pan, quemar pastillas de la tos, quemar incienso de la iglesia,...

1 comentario:

  1. Sí qué tiempos aquellos! Yo viví la calefacción de carbón todavía en mi niñez, qué gusto acercarse y estar calentito, porque en Palencia hacía un frío de mil demonios!

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