domingo, 2 de marzo de 2014

La ducha

Otro día, en Denia, donde pasábamos los veranos, mi padre y mi abuelito decidieron instalar una ducha. Al fondo del patio había un cuartito donde mi abuelito guardaba sus herramientas, y allí hizo un rincón para lo que iba a ser la ducha. Subieron al tejado una tinaja de la que salía la conducción que conectaba con la "alcachofa" que producía la lluvia placentera de la ducha. Instaló una escalera de peldaños de madera (un peu de gall), y todas las mañanas, mi padre o mi abuelo con cubos de agua sacados del pozo se subían a la escalera y llenaban la tinaja. La ducha era obligatoria para todos los miembros de la familia, y comenzaba a las cinco de la tarde. El sol había calentado el agua de la tinaja, y de la ducha salía un agua calentita, buenísima. 
Un día mi padre subió al tejado a llenar la tinaja y unas avispas le picaron el labio superior. Y se le hinchó, y la cara se le puso feísima, no parecía mi padre. Y el pobre no se podía poner amoníaco para mitigar el dolor, porque al estar tan cerca de la nariz no le dejaba respirar. Entonces valoré mucho más las duchas vespertinas y veraniegas, en casa de mis abuelitos de Denia.
Tuvieron que pasar siete u ocho años, ya con 13 años cumplidos, para que tomase una ducha en condiciones, cuando en mi pueblo instalaron agua corriente, y en las casas se generalizó el uso de los baños y las duchas.

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