viernes, 28 de febrero de 2014

Los aseos

En mi casa les llamaban retrete. Estaban en el rincón más lejano de la casa, y consistía en una habitación de un metro cuadrado, con una ventanita que siempre estaba abierta, y pegado a una de las paredes, un banco con  un agujero circular de unos 25 centímetros de diámetro, encima del cual había una madera con el mismo agujero, para que las piernas no tocasen el frío del banco, y una tapadera circular con asa. Y allí te sentabas y caía todo dentro. El papel higiénico era el papel de las libretas usadas, o el papel de estraza con que te habían envuelto la mercancía en el mercado, o papel de periódico. Al cabo del tiempo, se había llenado aquéllo, y entonces llegaba la diversión: acudía "el carro de la merda", y con cubos sacaban todo lo que se había acumulado durante años. Todos los niños a mirar y a oler, que la verdad es que no olía demasiado mal, pero solo pensar en lo que estaban haciendo nos daba muchos argumentos para hablar y reír. Y las familias que se dedicaban a ese negocio, cobraban por el trabajo de retirar el cieno y luego vendían la mercancía como abono a los agricultores, y han hecho verdaderas fortunas.

jueves, 27 de febrero de 2014

El agua en Denia

Las fuentes públicas en Denia tenían agua salobre y mis abuelitos tenían un pozo en el patio, de donde sacaban el agua para la limpieza. Y para beber, mi abuelito iba todos los días al Campús, que era una casita que había a 2 km en el camino del Pou, en la falda del Montgó, porque allí tenía un aljibe con agua de lluvia. Yo me iba con él en verano, cuando estaba en Denia y recuerdo los paseos con él, eran deliciosos, pues sabía muchas canciones y poesías de memoria, y chistecillos, y trucos de cartas, y hasta obras de teatro. ¡Qué envidia no haber heredado la memoria de mis antepasados conocidos! Y lo mejor llegaba al final, cuando llegábamos al Campús y me daba de beber en un vaso de cristal gordo, que aún conservo, el agua fresca del aljibe, que sabía a gloria.
La casita del campús aún existe, antes rodeada de bancales de almendros y vides, ahora rodeada de calles y apartamentos. Me dijeron que la llaman "la caseta del mestre", un día que fui a Denia a recordar mi infancia.

El agua en Alicante

En la casa de mis abuelitos de Alicante sí que había agua corriente, no hacía falta ir a la fuente pública a traer agua, ni almacenarla en una tinaja, aunque mi abuela tenía una por si acaso se llevaban el agua, tener con qué. Había dos grifos, uno para fregar los platos, y el otro para lavar la ropa, cada uno con su pila. Las pillas eran de piedra artificial, roja, todo un lujo. De los inodoros hablaré otro día, pues no los había. A mí, como era un niño me acercaban una silla a la pila de lavar, mientras abrían el grifo, se llenaba la pila, y me daban un patito de plástico que flotaba en el agua, y yo jugaba horas con él, mientras mi abuelita barría, cocinaba o hacía sus cosas por la casa. ¡Con qué poco me conformaba! ¡y qué feliz era tocando el agua fresca con las manos, que se me quedaban arrugadas...!

martes, 25 de febrero de 2014

El aguador

Silvestre se llamaba e iba con una carretilla con tres cántaros por la calle, repartiendo su contenido por las casas. Cuando se le vaciaban los cántaros, volvía a ir a la fuente, los llenaba de agua, y vuelta a empezar; o bien le encargabas que te trajera agua, o bien él llamaba por si necesitabas de sus servicios. Por cada servicio, cobraba un dinero, y así se ganaba la vida. Pero siempre había algún chiquillo "travieso", que cuando Silvestre estaba vaciando un cántaro dentro de la casa, le echaba alguna piedra u otra cosa dentro de los cántaros que se habían quedado en la carretilla. Mi vecinita de abajo, que tenía la misma edad que yo y que se llamaba Mari Gloria, era "traviesa". Y cuando Silvestre descubrió una de sus travesuras, recuerdo que decía: "¡Mari Gloria, Mari Gloria!, ¡¡Mari Infierno tenías que haberte llamado!!"

lunes, 24 de febrero de 2014

El agua

En Monóvar y en Denia no había agua corriente en las casas. ¿Cómo obteníamos agua para beber y para lavarnos? Pues íbamos con un cántaro de barro amarillo a la fuente pública que había dos esquinas más allá, lo llénabamos con unos 7 u 8 litros de agua y al llegar a casa la vertíamos en una tinaja, también de barro, donde cabían 100 o 200 litros, que tapábamos con una tapadera circular de madera. De esa tinaja sacábamos agua con una jarra para lavarnos las manos, la cara, o para beber y hacer la comida. Y eso de sacar agua de la tinaja era una de las actividades que me encomendaban a mi, el niño de la casa y que yo hacía con mucho gusto.

Mi padrino

Mi padrino se llamaba José María, era vecino mio, cojeaba, y tenía un Balilla, coche negro parecido a los taxis de Londres, pero más pequeño. Entonces solo los ricos tenían coche, pero él lo tenía porque era corredor de vinos y lo necesitaba para su profesión. En su casa, entrando a la izquierda había una habitación, el gabinete, donde tenía una mesa de despacho, con carpetas y papeles, y un mini laboratorio donde destilaba vinos y así los analizaba y sabía su calidad. A mí aquello me parecía magia ver cómo cambiaba bruscamente el color de los destilados del vino, y que de aquel cambio brusco de color él pudiese sacar consecuencias de precio y caducidad del vino. Quizá ahí empecé a sentir curiosidad por la Química.

jueves, 20 de febrero de 2014

Las calles

Las calles de Alicante, de Monóvar, de Denia, no estaban asfaltadas. Solo estaban adoquinadas algunas calles principales de Alicante, como la Rambla, Alfonso el Sabio, Calderón, y pocas más. Y las carreteras también estaban adoquinadas. El resto eran de tierra, y en ellas estaban marcados los surcos por donde pasaban las ruedas de los carros. Y cuando llovía, por esos surcos corría el agua como riachuelos, por donde corrían los barquitos que nosotros poníamos en el agua, que no eran otra cosa que trocitos de madera, o ramitas de árbol. Y se podía hacer presas en las que el agua caía como cataratas. Y después de la lluvia quedaba el barro, con el que podías moldear lo que tu imaginación quisiera...

Los deberes...

Mi padre y mi madre eran maestros en Monóvar. Cuando las clases terminaban por la tarde, a las cinco, yo corría a casa a coger la merienda y me iba a jugar a la calle. Y muchas veces llegaban mis padres acompañados por unos cuantos niños de su clase que invadían, muy serios y callados, las mesas del comedor de mi casa.

 ¿Qué hacían esos niños? ¿Merendar? ¡No! 
Hacían los deberes que no habían terminado a tiempo en la escuela, y no se iban de mi casa hasta haberlos acabado.

El otro día me encontré en Elche con un señor que me hizo recordar esto que os estoy contando, porque fue uno de esos niños. Y este señor lo recordaba con mucho cariño.

miércoles, 19 de febrero de 2014

ÉRASE UNA VEZ...

Qué tiempos aquéllos entre 1950 y 1964, años en los que transcurrió mi niñez en la provincia de Alicante. Mis padres eran maestros en Monóvar, y mis abuelitos vivían en Alicante y en Denia, y a mí me llevaban y traían de un pueblo al otro. Yo era feliz, y almacené recuerdos que he guardado toda mi vida, y ahora me dispongo a hacerlos públicos, como testigos de una época que ya pasó, de una era del siglo pasado, como diríamos a nuestros nietos: "Érase una vez..."

A vosotros, mis hijos y mis nietos, va dedicado este blog. Este abuelo no puede contaros batallitas; os quiere contar cosas que pasaban cuando fue niño, como si fuese un cuento. ¡Ojalá consiga entreteneros y que os guste!