lunes, 24 de marzo de 2014

Mi pelo

      De pequeño tuve el pelo tieso. Peinarme por las mañanas era un martirio. Recuerdo el peinador sobre mis hombros, los tirones que me daban, la exigencia de estarse quieto para que la raya saliera recta. El remate era el chorro de limón que añadía Pepita a mi peinado para domar la rebeldía de mis cabellos.

      ¿Qué es el peinador? Una prenda ligera que, como una capita, se ponía sobre los hombros para evitar mancharte la ropa con las salpicaduras del peine, cabellos y caspas. Cuando te retiraban el peinador sentías una liberación, pues significaba que ya estaba permitido moverse y correr.

      Cuando tenía 14 años ya no me peinaba Pepita, lo hacía yo, y decidí peinarme sin raya, todo el pelo para atrás y sin limón. Parecía haber visto al lobo, todos los pelos de punta, hasta que un buen día, por fin los cabellos se domesticaron, y se ondularon, y he tenido un pelo precioso, digno de un modelo de peluquería. No lo digo yo, me lo ha dicho mi peluquero, ahora que peino canas, y pocas.

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