viernes, 28 de febrero de 2014
Los aseos
En mi casa les llamaban retrete. Estaban en el rincón más lejano de la casa, y consistía en una habitación de un metro cuadrado, con una ventanita que siempre estaba abierta, y pegado a una de las paredes, un banco con un agujero circular de unos 25 centímetros de diámetro, encima del cual había una madera con el mismo agujero, para que las piernas no tocasen el frío del banco, y una tapadera circular con asa. Y allí te sentabas y caía todo dentro. El papel higiénico era el papel de las libretas usadas, o el papel de estraza con que te habían envuelto la mercancía en el mercado, o papel de periódico. Al cabo del tiempo, se había llenado aquéllo, y entonces llegaba la diversión: acudía "el carro de la merda", y con cubos sacaban todo lo que se había acumulado durante años. Todos los niños a mirar y a oler, que la verdad es que no olía demasiado mal, pero solo pensar en lo que estaban haciendo nos daba muchos argumentos para hablar y reír. Y las familias que se dedicaban a ese negocio, cobraban por el trabajo de retirar el cieno y luego vendían la mercancía como abono a los agricultores, y han hecho verdaderas fortunas.
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