Poco a poco España iba progresando. Los fogones de carbón se sustituyeron en la mayoría de casas por hornillos de petróleo; ya era un adelanto, pues el encendido era instantáneo, y no tiznaban demasiado las ollas. En las carbonerías ahora también vendían petróleo. Tenías que ir con una botella que te llenaban con ese líquido de olor fuerte, que al principio, parecía agradable, pero poco a poco se hacía desagradable y odioso.
Los hornillos de petróleo tenían un depósito abajo donde se ponía el combustible, una mecha que era como un calcetín, una rueda que servía para aumentar o disminuir la potencia del fuego, y una pieza cilíndrica, que en mi casa llamaban alcachofa, por donde se encauzaba la llama hacia arriba donde estaba la olla. La llama que producía casi siempre era azul, pero la leche calentada en esos hornillos para el desayuno a mí me sabía a petróleo.
El verdadero adelanto tuvo lugar a principio de los años sesenta, cuando se introdujeron los hornillos de gas butano, lo que supuso una gran comodidad en las cocinas. Al principio todos teníamos miedo a una posible explosión, y quien podía ponía la botella color naranja de butano en el balcón, por si acaso. Pero hoy, más de cincuenta años después yo sigo cocinando con gas butano.
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